HermanoCerdo cumple dos años y lo celebra a lo grande, con un extenso número de aniversario lleno de reseñas (de teatro, de comics, de cine) y crónicas desde Japón, las trincheras de una guerra falsa y los camerinos de Saturday Night Live. En exclusiva, en este número publicamos el ensayo de Scott Esposito "Los sueños de nuestra juventud" sobre el impacto de Roberto Bolaño en el mundo cultural norteamericano. Adicionalmente, Miguel Habedero nos recuerda los orígenes de Juan Villoro. Como si fuera poco, nuestros corresponsales en España y Argentina entrevistan a Agustín Fernández Mallo y a Samanta Schweblin.
En otras palabras, HermanoCerdo 20 está aquí.
Para más detalles, los invitamos a leer nuestra editorial y explorar nuestra tabla de contenidos. Claro que si lo que les interesa es el riesgo, no lo piensen más y sumérjansé de cabeza en http://hermanocerdo.anarchyweb.org/ No se arrepentirán.
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Hermano Cerdo: Literatura y Artes Marciales, la revista de los campeones.
Por qué escribo lo que escriboTienes razón, tío. Pero hay argumentos para justificarme, no para desmentirte ante una obviedad tan evidente. ¿Por qué escribo lo que escribo? Según mis cálculos, basado en el sistema de Alfredo Lamont, creo que uso diez por ciento de la imaginación y noventa por ciento de realidad. Incluso a veces recreo, no creo. Lamont escribió que 13.5 por ciento de las mexicanas perdían la virginidad en el sofá de casa.
La casa de la chica no la de Lamont. Leonardo Dajandra ya había dicho por interpósita persona que yo carecía de capacidad ficcionante (sic). Para Dajandra, sospecho (no imagino), uso tres por ciento de la imaginación, no diez.
Preocupado por el tema hace cinco sexenios resolví ocuparme. Estaba en una alberca de Acapulco. Ahí resolví ponerme a prueba. ¿Tenía o no tenía imaginación? Supuse que sí al recordar mi relato “La tarde anaranjada”. En la medida que soñaba despierto ¿por qué no iba a tener imaginación? Pregunta y respuesta elementales. Pero no los sueños que uno sueña dormido. Cualquiera sueña. Incluso escribí el relato de un tipo desprovisto de sueños. Está publicado.Soñaba despierto “envasarme” a una chica. Pegarle al gordo... No a ti, a la Lotería. Aún no había Melate. Soñaba con escribir la novela que me permitiera vivir con las regalías de cien millón de ejemplares sin dar golpe en el periodismo. Haz la cuenta. Obtendría diez por ciento del total para vivir a la orilla de una alberca, sin exprimirme las meninges en la vana preocupación de si tengo o no capacidad ficcionante. Pero sí bebiendo cerveza y vodka, o champaña, y leyendo a pasto. El caso es que, desde aquella piscina, descubrí a una capitana mandona, como deben ser. Al día siguiente escribí un relato inventado del todo. Lo publiqué. Concluí en que sí tengo imaginación. No desaforada. Regular. Si no, hubiera soñado con vender mil millones de ejemplares. ¿Para qué preocuparme? García Márquez ha dicho que no tiene imaginación. Seguiré ajustando cuentas, decidí y, cuando termine, echaré mano de la imaginación y escribiré la novela gracias a la cual beberé champaña en tal cantidad como para terminar, de pies a cabeza, con un color achampañado. Podría incluso escribir el relato: “El tipo de color champaña”.
Así que me dispuse con mayores ganas a lo del ajuste de cuentas, nomás con dos entidades, mi padre y la realidad circundante. Calculé que ese ajuste concluiría cuando mi padre muriera. Todavía no sucede. Con veintitantos hijos, al pobre le va de la patada. El ajuste de cuentas con la realidad terminará cuando yo muera. He escrito ya el mamotreto del último ajuste de cuentas con mi progenitor. Falta el remate. Debo haberle hecho unas veintitantas revisiones. “Morir de periodismo” lleva casi cincuenta. Revisar significa redondear y apastillar. El último mamotreto de ajuste de cuentas lo dejé aparcado en veintitantas revisiones con unas quinientas cuartillas. La reduciré, apastillando, a trescientas.
De golpe, luego de leer el primer capítulo de “Tokio blues”, de Haruki Murakami, tuve la epifanía, dirían los petulantes, de escribir lo que hasta ahora llamo “Cuando el horizonte retrocede”, de trescientas cincuenta páginas. Trata de los dos primeros años de mi estancia en Excélsior. Es decir, de mi entrada a Últimas Noticias y enseguida a “Excélsior”. Fue tal el impulso que experimenté con Tokio blues que pospuse el mamotreto en cuyas páginas ajusto cuentas definitivas con mi padre. No lo conseguí del todo porque se atravesó la realidad de Barbaria, mi pueblo, y en esas páginas hago ajustes mitad y mitad, calculo. Así que ahí hago el último intento de ese ajuste. Sabré en qué medida lo conseguí cuando termine las treinta o cincuenta revisiones, y lo publique. Desde luego, antes, mi odiado-querido padre tendrá que estirar la pata. O yo.
1 comentario:
ya, ya fui a Hermano Cerdo, también ya le dije a mis familiares y amigos... de hecho le digo a todo quel que veo por la calle con cara de buena gente....
(que cuente ¿no?)
ah! -y el síndrome de secundaria- también ya salió la nueva de Replicante:
http://www.indi-c.com/nuevo/full2.php)
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