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miércoles, 13 de febrero de 2008

El anacrónico como un ser solitario.

Siempre han existido, para molienda de las buenas costumbres y moralidades rancias, seres cuasi irreales, absurdos, que osan de ir en contra de la corriente, y no me refiero a ese nefasto estar en contra de como disfraz, como pose, tan usado y gastado en estos días, similar al de esos neo, happy o supra punk (existen tantos términos hoy), que abundan por ahí, revolucionarios de escaparate, con sus vestimentas emo (¿qué demonios es eso!; emoticones?... emocionados?... ) Y tampoco hago referencia al tan ya confuso y confundido concepto de contracultura, que tanto se acostumbra mencionar en temas como estos.

Me estoy refiriendo a ese ir en contra de la corriente del tiempo, contra ese raudal de segundos, minutos, horas, días, años; el río del tiempo y lo que en sus sucias y turbias corrientes arrastra consigo: la vida y sus reglas establecidas, la vida como eterna comedia sin sentido, la vida ¡cómo la vió en tv! “Nace, crece, trabaja, cásate, ten hijos y muere feliz porque les has dejado un futuro asegurado, tu descendencia está asegurada” Qué patética ha llegado a ser la humanidad en cuanto a sus vanas pretensiones por trascender.

Hablo de personajes que durante el transcurso de la historia se han dedicado a no hacer nada precisamente en pro del acontecer histórico, del acontecer cotidiano, nada por perpetuar lo establecido. Desadaptados, irreverentes, disidentes, apartados, raros; infinidad de acepciones desfilan por mi mente, pero me gusta más, llamémosles por esta ocasión, anacrónicos. Y quizá sea dentro del terreno del arte donde más pululan este tipo de personas. Anacrónicos por excelencia como Sade, Kerouac, Van Gogh, Buñuel, Sartre, los cínicos, los malditos, quienes no comulgaban, y aún más, refutaban las costumbres impuestas de su época, irrumpieron con su propia dirección, abriendo un cauce con sus propias ideas, acciones y obras, dentro del devenir perenne del tiempo y su acaecimiento.... [continúa]

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