Sesgando el sentido religioso a la apropiación de un espacio de poder simbólico –y a su modo de coerción traducido en promesas de salvación y amenazas de castigos e infiernos–, era de esperar que cualquier forma de subversión de esa dominación tuviera, como consecuencia, el mote de maldito sobre aquel que osase sostener, en el acto de la escritura, su propio discurso: en contra de la moral religiosa, en un comienzo; en contra del status quo en la era contemporánea. La señal/marca de lo maldito rompe con su acepción original de disvalor y, termina por ser representación de la revolución en el sentido más radical y simbólico que pueda tener el efecto de la escritura: discurso construido a partir del reconocimiento de la palabra como el bastión irreducible del sujeto. A pesar de aplicar tormentos, destierros, persecución y muerte, la cultura occidental (y lo que nos es dado saber de ella) ha visto con ojos sorprendidos la contínua aparición de poetas que han cuestionado no sólo el discurso dominante, sino el hueso mismo de la palabra.
La Iglesia Católica tomó el estandarte moral de occidente y produjo una de las manifestaciones más evidentes de la reacción del poder ante la torsión del sentido de la palabra: la Inquisición y su metáfora literaria, un libro sobre libros prohibidos, el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum que, créase o no, funcionó hasta 1966. Una breve lista de algunos de los autores incluidos en esa aberración, producto de la ceguera y la pobreza simbólica más exasperante, da una dimensión de la desmesura y la ineficiencia represiva cuando de mundo simbólico se trata: Gide; Balzac, Cervantes, Quevedo, Swift; Dumas, Dumas(h), Sartre; Rabelais; Bocaccio y France. Los libros que fueron incinerados dieron paso a hombres y mujeres que fueron incinerados. La persecución, la destrucción, la muerte en nombre de lo divino, mutó en la persecución, destrucción y muerte en nombre de los más altos valores morales de una sociedad. La caza de brujas impulsada por la Inquisición dio su nombre a feroces persecuciones en nuestro tiempo, desde los excluidos/perseguidos por McCarthy en Hollywood, hasta los intelectuales asesinados y desaparecidos por el gobierno genocida construido desde otra peligrosa trinidad: la junta militar que asaltó el Estado en Argentina en 1976. Más allá de eso, el poder subversivo de la palabra huye del fuego. De todos los fuegos. Apostar a ese poder es apostar a una vida digna, a una riqueza que está más allá de todo intento de exterminio.
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