Al rojo de la tarde se eleva una silueta/murmura una tonada la llave está en la puerta/ sentada y casi a oscuras tocando el piano/hasta el final... José Cruz
¿Qué pasó José? Ya no suena tu Fender ni la armónica en do, la casera no deja de preguntar por la renta. El lobo ya no aúlla, el perro cobarde molido de miedo y el de traspatio ya no ladran.
José, hijo de poeta, mala inversión, mal vecino del mundo, un extraño en la multitud, el lobo comelón de moho, el más viejo del bar, el que no necesita una amante ahora, el del corazón oscuro de metal, de carbón, pecador… entiende que tu alma no pesa, tu alma es la del ángel, tu silueta es eterna, tu decencia navega fugaz sobre el honor y la furia, y tu piel tiene cicatrices también.
Vamos, invítame a platicar sobre la muerte. Déjame entrar a tu cuarto subterráneo y ofréceme un buen café, bebamos de la anforita de blues, prepara té o sirve alcohol. Fumemos la venenosa mientras el diablo fuma miedo. Dios seguro no atisbará por la cerradura.
¿Qué pasa Cruz, ya no me recuerdas?
No. No soy la mujer sucia. No soy Jenny, ni Lila, ni la alcohólica de Susy. Tampoco soy la mujer que está vacía como un salón de baile fantasmal, ni la mujer liviana. Soy con el que solías torear los autos, con el que bebiste y viviste, y llenabas de blueses las noches, recargados en los patios de cristal.
¡Vaya que tienes razón!, esta vida es rara en verdad. En estos tiempos oscuros podrías morir de una enfermedad que usa placa y corriente eléctrica, sin miedo, un día cualquiera, la hora poco importa. La vida sólo es un lujo y tú quieres huir del dolor del mundo. Llevas tres citas incumplidas con la muerte y vaya que tienes prisa por visitar a tus amigos muertos, hipas que John Lee Hooker venga por ti, aunque la muerte te pele el diente.
Naciste en un día nublado y eso ya era una prisión. Siempre viviste a contraley y mira ahora: Viene a ti la muerte iluminada, viene a parecerse a tu retrato. Las puertas están abiertas. Vas a morir muy firme entre las piernas de una muerte turbia y perversa y yo voy a mirar como te alejas en el tren de luz en el que te irás en pocos días, por un túnel, talvez el ogarrio. Gusto en conocerte y evitarte. ¡Pero está claro que sólo morirás para renacer!
Mientras tanto, ¿quién salva tu vida esta noche?, ¿quién te salva a ti de tu alma? ¿quién tiene la medicina que te ayude a vivir?, ¿quién te confesó por qué Jesús perdió la fe?, ¿quién cobrará la recompensa por tu vida?
Y aunque no existen ciudades que lloran a cada poeta que muere, es verdad que tu muerte lenta lacera atroz el borde superior e inferior de la melancolía y se siente como traer en la espalda la pena de una viuda arruinada.
¡Vamos José!, sabes muy bien que la vida es la bronca, nada más. Mejor párate y sostente de pie, enciende tu luz y abrígate bien al fuego de un blues. Al fuego de un blues.
José, hijo de poeta, mala inversión, mal vecino del mundo, un extraño en la multitud, el lobo comelón de moho, el más viejo del bar, el que no necesita una amante ahora, el del corazón oscuro de metal, de carbón, pecador… entiende que tu alma no pesa, tu alma es la del ángel, tu silueta es eterna, tu decencia navega fugaz sobre el honor y la furia, y tu piel tiene cicatrices también.
Vamos, invítame a platicar sobre la muerte. Déjame entrar a tu cuarto subterráneo y ofréceme un buen café, bebamos de la anforita de blues, prepara té o sirve alcohol. Fumemos la venenosa mientras el diablo fuma miedo. Dios seguro no atisbará por la cerradura.
¿Qué pasa Cruz, ya no me recuerdas?
No. No soy la mujer sucia. No soy Jenny, ni Lila, ni la alcohólica de Susy. Tampoco soy la mujer que está vacía como un salón de baile fantasmal, ni la mujer liviana. Soy con el que solías torear los autos, con el que bebiste y viviste, y llenabas de blueses las noches, recargados en los patios de cristal.
¡Vaya que tienes razón!, esta vida es rara en verdad. En estos tiempos oscuros podrías morir de una enfermedad que usa placa y corriente eléctrica, sin miedo, un día cualquiera, la hora poco importa. La vida sólo es un lujo y tú quieres huir del dolor del mundo. Llevas tres citas incumplidas con la muerte y vaya que tienes prisa por visitar a tus amigos muertos, hipas que John Lee Hooker venga por ti, aunque la muerte te pele el diente.
Naciste en un día nublado y eso ya era una prisión. Siempre viviste a contraley y mira ahora: Viene a ti la muerte iluminada, viene a parecerse a tu retrato. Las puertas están abiertas. Vas a morir muy firme entre las piernas de una muerte turbia y perversa y yo voy a mirar como te alejas en el tren de luz en el que te irás en pocos días, por un túnel, talvez el ogarrio. Gusto en conocerte y evitarte. ¡Pero está claro que sólo morirás para renacer!
Mientras tanto, ¿quién salva tu vida esta noche?, ¿quién te salva a ti de tu alma? ¿quién tiene la medicina que te ayude a vivir?, ¿quién te confesó por qué Jesús perdió la fe?, ¿quién cobrará la recompensa por tu vida?
Y aunque no existen ciudades que lloran a cada poeta que muere, es verdad que tu muerte lenta lacera atroz el borde superior e inferior de la melancolía y se siente como traer en la espalda la pena de una viuda arruinada.
¡Vamos José!, sabes muy bien que la vida es la bronca, nada más. Mejor párate y sostente de pie, enciende tu luz y abrígate bien al fuego de un blues. Al fuego de un blues.
-irving niño
2 comentarios:
Gracias irvin niño por escribirle al que a acompañado a muchos como nosotros en las noches de blues, llenas de nostalgia...
No sé que escribir, casi lloro. Se me ha puesto la carne de gallina y se me hace un nudo en la garganta leyendo esto, amo la poesia de Jose Cruz, que haré sin él, tal vez me esconda en un cuarto subterráneo para estar lejos de dios...
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