(A mi amigo Eduardo Rodríguez Zendejas, por compartir siempre sus lecturas)
Ningún objetivo social puede alcanzarse sin sacrificar parcialmente los intereses del individuo o del grupo, y es natural que cada individuo y grupo social promueva una política que limite dicha cuota de sacrificio al mínimo y afirme que, si deben hacerse sacrificios, sería más justo que otros los hicieran. Extracto del ensayo 'El poeta y la ciudad' de W. H Auden.
A manera de fundar una antropología viable para hacer menos el peso de los errores acumulados, el chiapaneco se erige como una especie de monarca absoluto, refugio de sí mismo que pone destinos en manos de su poética: salvador de sueños y anhelos que los definen, además, como únicos historiadores de fantasmas. Nadie más que el chiapaneco para hacer de la pólvora y el estertor simplificaciones didácticas donde todos deben someterse. De ahí sus poetas y periodistas, empresarios o pilares de su soberanía new age: los colectivos (dicen) zapatistas.
Como quien no deja de ver con recelo 'al otro, el de afuera' permiten el ascenso de íconos y oligarcas en el supuesto que la población sólo aclame figuras como 'ellos'.Es regla no aceptar lo que vemos en el espejo, por eso los trayectos de reflexión vacilan entre complejos y el desfondamiento de los destinos (¿Existe el futuro sin valor?).
Nada más surrealista que los volúmenes de protestas, marchas y donde hasta los débiles se vuelven voraces; hechos que tienen que ver con amagues libertarios y microcosmos por complejos de inferioridad al punto de desvanecerse en la nada. Mientras, como testigos simbólicos, caminan en pasadizos de piedra y sangre para ver como Chiapas se destruye, se acaba.
El grado cero de este pequeño nacionalismo permite (ha permitido) ser activista ONG, o zapatista, poeta (esas niñas pedantes), o periodista para vivir cómodamente detrás de un blog, un escritorio, en una asociación civil, en la redacción de cualquier periódico; y donde toda preocupación permite sólo registros estéticos (artificio de los cobardes), disfunción de lo concreto y las verdades.
Si el término ALDEA significa (más allá de defender lo local) una cerrazón arcaica ante el papel fundamental de defender 'nuestra cultura amenazada', estos mantienen específicamente pequeños enclaves de poder, cordones umbilicales donde, imposibilitados por ser jueces y parte (temor a dar la cara, el corazón, las manos), definen esa percepción estrictamente monosílaba y autoritaria.
Esto a propósito -sólo a propósito- de lo que se dice son los últimos veinte años de vida de la selva Lacandona*.
Felicidades 'valientes'.
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