¿Se acuerdan de la miserable criatura que se arrastraba por el suelo? Pues heme aquí de nuevo, sometido a otra de las infamias que Lacan me ha preparado. Si antes me convirtió en prisionero de los espejos y del lenguaje, ahora me reserva una sorpresa aún más ingrata. Apartado de la seguridad del útero, al menos tenía el consuelo de que mi madre siempre estaría dispuesta a satisfacer mis deseos: su presencia constituía mi única certeza. Sin embargo, Lacan insiste en que ella también se apresta a traicionarme. Si por lo general asociamos a las madres con esos anuncios publicitarios que las presentan eternamente dispuestas a cumplir los caprichos de sus vástagos, la verdad es que las mujeres no satisfacen los deseos de sus hijos por gusto. Entonces, ¿qué es lo que desea? La respuesta es atroz: eso que Lacan llama, con soberbio mal gusto, el falo. Obviamente no se puede anhelar más que lo que no se posee y mi madre, como todos los individuos de su género, nunca podrá subsanar esa carencia. El falo no es un órgano ni una marca sexual, sino el nombre que Lacan le da a la ausencia.
-roque gallegos
2 comentarios:
chin
jajaja
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