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lunes, 3 de diciembre de 2007

Los taxistas no tienen buena fama, menos los del turno nocturno

Paso del Huracán Stan por Tapachula. Foto: Alonso Castillo. Galería

En Tapachula, Chiapas me acerco a un chofer y pregunto por la colonia Obrera; él se inclina a mí y en voz baja responde con otra pregunta “¿andas buscando droga?”; al parecer “la obrera” es el punto de venta en Tapachula. Explico los motivos del interés en esa colonia. De cualquier forma me quedó con su número de teléfono, por si acaso...

El sector se separa del centro de la ciudad por un río que durante las lluvias del huracán Stan en octubre del 2005 arrasó con las casas a las orillas, y aunque ahí las tormentas pegaron con fuerza no puede decirse que otras partes del municipio fueron mejor favorecidas. En la zona comercial hubo un hotel que quedó en puro esqueleto; en pie quedó la fachada pero por atrás nomás un lote lleno de escombros. Comunidades enteras quedaron aisladas en los altos de los cerros y el mismo acceso por tierra a Tapachula fue cerrado durante varios días simplemente porque no había carreteras ni puentes qué cruzar.

El taxista llega directo a la calle 11 Poniente y se detiene a dos cuadras de las máquinas del ayuntamiento que realizan el desazolve. Tienen ahí 4 días trabajando desde que aparecieron dos cuerpos enterrados en el lodo. Mas bien, tienen ahí cuatro días trabajando en la limpieza de calles y avenidas; cuando iniciaron los trabajos, semanas después de la irrupción de las corrientes, una de las máquinas descubrió por accidente dos cuerpos sin vida entre los escombros.

Por cuestiones de salud pública, la suya propia por supuesto, los camilleros no quisieron sacar los cuerpos, se queja Arnulfo Quiroz Lenda, vecino del lugar, y dos familiares suyos tuvieron que cargarlos.

“No quieren llegar a saber cuántos muertos hubo y nomás andan echando sacos de cal. Nomás de la colonia hay unos 15 que no aparecen”.

La noche del aguacero, el caudal del río rebasó primero su límite natural, esa fue la advertencia inicial, luego inundó las viviendas contiguas y revolvió muebles con ramas y lodo; en una de ellas vivía Arnulfo. Su familia corrió buscando refugio hacia las casas de la acera al cruzar la calle; ahí estaban en escalar muros cuando la corriente empezó a alcanzarlos. Más pronto el agua empezó a brincar también las paredes exteriores hacia el patio. Tuvieron que saltar una casa más.

Frente a su casa hay un grupo de vecinos haciendo guardia a las pertenencias que les quedaron. Entre ellos están Rolfi Ramírez Velásquez y Rafael Cejas López, a los que les tocó la tarea de apoyar al servicio médico forense. Para el recuerdo guardan el ejemplar del informativo Orbe del día 23 de octubre en el que aparecen en la foto central cargando la camilla. El día que hablo con ellos es 27 y todavía traen puesta la misma ropa.

Entre la desolación de la anécdota el tono funesto lo pone un vestido blanco de quinceañera tendido a lo ancho en uno de los patios contiguos. Como los otros objetos acumulados en la Obrera, los cuerpos encontrados, las personas perdidas, quién sabe desde dónde fue arrastrado y qué historia encierra, una ceremonia pendiente, herencia familiar, recuerdo.

Atrás de la prenda se ve otro montón de escombro coronado con un carro blanco clavado casi en vertical sobre ellos. La vista genera el contrasentido del símbolo tradicional festivo en medio del desastre.

“Si quieren buscar muertos que busquen donde topa el río”, dice Arnulfo.

-Alonso Castillo

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