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martes, 30 de octubre de 2007

Su fantasía laboral hecha realidad

Antonio Valdés tiene 47 años y es dueño de “Fantasías Laborales”, la única compañía en su tipo en este país. A fin de conocer sus servicios, hicimos la entrevista en sus oficinas, en el segundo piso de un edificio con amplios ventanales, donde ha asentado su imperio, aprovechando al máximo la insatisfacción en el trabajo.

-¿Por qué los empleados experimentan fantasías laborales?
Es conocido que después de cierto número de años, las relaciones en el trabajo empiezan a deteriorarse. Es difícil después de una década cumplir con la misma pasión de un principio. Empiezan las rutinas, sientes que el trabajo empieza a inmiscuirse en tus asuntos personales. Entonces, es cuando muchos optan por buscarse pequeñas aventuras laborales nocturnas, digamos un puesto de velador en un fraccionamiento. También en esta etapa empiezan a fantasear sobre la posibilidad de renunciar.

-Pero hasta donde sé no se trata de opciones que gocen del visto bueno de la sociedad. Cada que alguien habla de renunciar a su trabajo, su mujer le dice: “¡No, Alfonso, piensa en los niños!”
Así es. Y también cuando uno se consigue un trabajo extra, nos llegan con la cantaleta de: “¿Y qué tiempo le piensas dedicar a tus hijos?” Yo sé que las instituciones del Estado, como la Secretaría del Trabajo, siempre le van a apostar a la reconciliación de las partes, pero hay que reconocer que cuando una relación laboral está muerta no hay nada más que hacer.

-¿Cree que esto se deba a la premura con que la gente comienza a trabajar? Estudios afirman que en la actualidad los mexicanos empiezan su vida laboral en edades cada vez más inferiores.
Sí, por supuesto. Antes nadie movía un dedo hasta que no hubiera un papel de por medio. Ahora todas son relaciones rápidas, trabajos de un mes o dos, donde no hay oportunidad de profundizar en las prestaciones. Eso sin contar los cientos de empleados que llevan más de un lustro al servicio de una empresa y nunca han formalizado su situación. Es cuando uno agradece que hayan campañas gubernamentales como la de Contratos Colectivos y Afiliaciones Extemporáneas.

-Según leí en su impresionante currículum, primero se desempeñó usted como Consejero Laboral antes de poner esta compañía, ¿no es así?
Sí. Pero ahí nació esta idea. Todos los días recibía a personas al borde la histeria. Gente en crisis que estaba a un pelo de asesinar a la secretaria de su departamento o en el menor de los casos, abandonarlo todo y dedicarse a poner coreografías en las escuelas de paga. Yo era partidario de los viejos métodos: invitaba, por ejemplo, a una cliente a sentarse en el diván y ella me hablaba de sus problemas, me decía que ya no soportaban la indiferencia de sus superiores y que sospechaba que su trabajo en realidad lo hacía el intendente, porque cada vez había menos papeleo que sellar. “¿Es que ya no me sienten capaz?”, se preguntaba. Yo era como los otros consejeros, le decía que lo pensara bien, que renunciar no era la opción y que se diera otra oportunidad. “Es que, compréndame…”, me respondía ella entre sollozos, “¡al principio parecía un trabajo tan perfecto!”

-¿Cuándo abandonó la Consejería Laboral?
En el fondo siempre supe que eso de las “segundas oportunidades” era una mentira. No hay vuelta de hoja cuando las cosas sobrepasan el límite de lo soportable, cuando los abusos son excesivos y un día cualquiera te llega una circular sobre un aparato que a partir del lunes identificará tus huellas digitales a fin de que nadie cheque tarjeta por ti.

-Entonces concebió usted esta compañía, me imagino.
En efecto. Los empleados viven al borde de armar una revolución y eso no le conviene a nadie. Con el tiempo descubrí que lo que en realidad necesitaban era una válvula de escape, una forma de recuperar la confianza perdida en sí mismos. Me di cuenta que habíamos estado tanto tiempo evitando que los empleados renunciaran que no nos habíamos dado cuenta que ahí estaba la solución. Renunciar es una catarsis y una demostración de poder.

-Eso me hace pensar que usted cree que la esencia de las relaciones laborales es quién tiene el poder.
Por supuesto. Desde Moisés hemos vivido en un sistema patronal, donde los jefes han sido los mandamaces. Sólo hasta el movimiento laborista en el siglo XIX y la quema de mil tirantes mineros en Francia las cosas empezaron a cambiar. Eran los tiempos del “Peace and Work”, pero aún faltaba mucho por hacer. Recordarás que los empleados no tenían derecho a votar en las decisiones de su empresa hasta 1943. Teniendo en cuenta esas bases históricas supuse que renunciar era lo mismo que ser despedido, pero la diferencia estribaba en quién ejercía el poder. Al renunciar el empleado era quien llevaba las riendas, al ser despedido, el patrón cumplía la parte dominante. Fue cuando me dije ¿por qué no brindamos la oportunidad a todos los que quieran renunciar de hacerlo, pero sin perder su empleo? Parece una locura, lo sé, pero escucha: construí un set en este edificio a fin de reproducir todo tipo de oficinas. Contraté unos excelentes actores y un mejor maquillista. Lo que hacemos es reconstruir tu área de trabajo, con todo y personal. El cliente llega, entra al cubículo del jefe y tiene la oportunidad de decirle todo lo que siempre se guardó. Todo está permitido: gritos, insultos, humillaciones. Y por supuesto, la parte climática: “¡Hasta cree que me hace falta su cochino trabajo!”. La esencia de la fantasía es el fingimiento, nuestros actores representan extraordinariamente sus papeles: se asombran al principio y después piden de rodillas al empleado que no los deje. Después de una hora, un azotón en la puerta y algunas malas palabras las cosas serán distintas. Puede que al otro día, cuando el cliente regrese a su auténtico empleo, el ambiente no haya cambiado, pero el trabajador sí. Podrá soportar otros cinco años más en el mismo cargo y quizás hasta en condiciones más degradantes, se lo aseguro.

-Parece algo muy oneroso para el trabajador promedio.
No crea. Tenemos planes de pago a diez quincenas y paquetes accesibles.

-¿De qué tipo de paquetes promocionales estamos hablando?
La presencia de otra persona en el mismo cubículo, digamos el contador, sube el precio pero entonces convendría mejor adquirir el Paquete a Tres que incluye a cualquier otro superior que usted decida. El paquete Jefe-Contador-Subjefe da permiso de utilizar un juguete, digamos, un reloj checador que usted quisiera aventarle a alguno de ellos. Además, créame que no es sólo un asunto de dinero; la gente hace cualquier cosa por recuperar su dignidad y tenga por seguro que ayudar a alguien a recuperar el autoestima supone siempre un fuerte desembolso. Si no, pregúntele a cualquier sicólogo o bailarina nudista.

-Extraordinario. Sé que se trata de un asunto mucho más perverso, pero ¿se ha topado con trabajadores que pidan ser despedidos en lugar de renunciar?
En “Fantasías Laborales” no juzgamos a nadie. Y déjeme decirle una cosa: es mucho más común de lo que usted cree. Me he topado con decenas de sindicalizados que han realizado un trabajo terrible a fin de que los despidan, pero nadie les dice nada y al contrario hasta los nombran sustitutos de algún superior cuando éste se ausenta por enfermedad. A ellos también los atendemos y les preparamos su despido con todo tipo de vejaciones.

-Para terminar, déjeme hacerle una pregunta más íntima. ¿Le ha tocado despedir a alguien de su propia compañía?
Sí, muchas veces. De hecho usamos el mismo cubículo para las actuaciones. A veces el empleado cree que es una broma y sigue viniendo a trabajar, pero ya no le pagamos. Creo que eso también ha constribuido a que esta empresa haya crecido como la espuma.

-Eduardo Huchín/ tediosfera

[Eduardo Huchín Sosa (Campeche, 1979) es autor del libro "¿Escribes o trabajas?" y aparece en las antologías "Inventa la memoria", "Novísimos cuentos de la República Mexicana" y "El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI".]

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